Ciudad del Vaticano
Los fariseos quieren poner a prueba a Jesús. Le preguntan cuál es el mandamiento más grande, el más importante de la ley. Recordemos que los judíos, quienes tenían cientos de normas y leyes, discutían constantemente si todas tenían el mismo valor o si una era más importante que otras.
Ante la pregunta malintencionada de los fariseos, Jesús se atreve a responder y retoma dos textos que los judíos recitaban en sus oraciones. Citando el libro del Deuteronomio (Dt 6,4-5) responde: “¡Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente!” Y tomando el libro del Levítico (Lev 19,18), agrega un segundo mandamiento: "¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo!"
Jesús finaliza su respuesta afirmando que el primer mandamiento es
semejante al segundo y que, en estos dos, “se fundan toda la ley y los
profetas”. Saltando en el tiempo, también hoy queremos saber
exactamente qué define a una persona como buena o mala. Queremos una
respuesta clara y que nos digan de una vez por todas qué tenemos que
hacer para ser un buen cristiano.
La Primera Carta de Juan (1Jn
4,20) nos dice que, si uno dice amar a Dios, pero odia a su hermano, es
un mentiroso. No es el cumplimiento
de cientos de leyes las que nos
determinan. Jesús simplifica las normas y elimina la carga insoportable
de los que buscaban su propia seguridad en el cumplimiento de las
leyes.
Te invito a reflexionar este evangelio y transitar el
camino de la gratuidad, fuente de libertad y de amor recíproco. Tus
pasos, firmes y
seguros, deben amar a Dios con todo tu corazón, y a tu prójimo como a ti mismo.
Francisco Díaz SJ