Según
el Papa San Juan Pablo II, en el siglo V, casi durante el mismo período
que el Concilio de Éfeso proclamó el dogma de "Santa María, Madre de
Dios", se inicia a atribuir a la Virgen el título de "Reina". En el
siglo II, Orígenes recalcó la importancia de las palabras de Santa
Isabel cuando llama "Señora" a la Virgen. En el siglo VII San Juan
Damasceno la llamó "Soberana" para expresar la realeza de María
Santísima sobre toda la creación.
Alrededor del año 1422 un
fraile al que la tradición oral llama Santiago, inició la recitación de
la Corona Franciscana de los siete gozos de la Virgen. El último de los
gozos o alegrías de esta Corona es la Asunción y Coronación de Nuestra
Señora. Estas siete alegrías originaron los misterios gozosos y
gloriosos del rosario, a los cuales los dominicos añadieron los
dolorosos. Con el descubrimiento de América estos rezos fueron traídos
al Nuevo Mundo.
En el siglo XVI, Fray Gómez Fernández de Córdoba,
OSH, III Obispo de Guatemala (1578-1598), instituyó para su Diócesis la
fiesta de Santa María, Reina del Universo. Este ilustre pastor era muy
devoto del santo rosario y en especial del misterio de la Asunción. Sin
embargo, viendo que el rosario concluye con la Coronación, sintió la
inspiración de agregar esta fiesta mariana en su Diócesis de Guatemala y
la colocó el 18 de agosto.
En 1598, falleció el Obispo
Fernández, siendo enterrado en la Capilla de la Virgen del Rosario del
Templo de Santo Domingo, la cual contaba con todas las indulgencias de
la Basílica de Letrán. La Diócesis quedó a cargo del Deán Don Pedro de
Liévana y luego de su muerte en 1602 a cargo del Tesorero Don Felipe
Ruiz del Corral quien pasó a ser el Vicario General. Así, la Fiesta de
Santa María, Reina del Universo quedo a cargo del Cabildo Eclesiástico.
Por
deducción se ha vinculado la imagen de Nuestra Señora del Rosario con
el origen de esta fiesta, debido a la devoción del Obispo Fernández. Sin
embargo esto no es posible, primero porque el ilustre pastor se enfocó
ante todo en la recitación del rosario; segundo, porque no buscó
celebrar la Coronación con alguna advocación mariana específica; y
tercero, porque el sucesor de este ilustre pastor fue un fraile de la
Orden de Predicadores que no favorecía a esta festividad.
En
1602 llegó a la Ciudad de Guatemala el nuevo Obispo, siendo el dominico
Fray Juan Ramírez, el cual no se enteró desde el inicio de esta fiesta
propia de la Iglesia de Guatemala sino un año después de su llegada. Al
informarse de la celebración le pareció una gran herejía. Creyó que el
objetivo de la fiesta era expresar que la Virgen había tardado tres días
en ser elevada al cielo, cuando el objetivo era celebrar la coronación
de María.
Fray Juan Ramírez prohibió que el próximo 18 de agosto
de 1603 se realizara la festividad. Sin embargo, el Arcediano Don
Esteban López, cabeza del Cabildo Eclesiástico por estar vacante el
decanato, apeló a la Arquidiócesis de México, de la que Guatemala era
sufragánea. El Provisor de la Arzobispado (en sede vacante) dictó
sentencia a favor del arcediano y en contra del Obispo, ordenando no
impedir la fiesta hasta que la causa fuera fallada.
El Obispo no
se dio por vencido y pidió a su Cabildo no celebrar la festividad. Sin
embargo, ni por su potestad episcopal ni por los ruegos en privado pudo
convencerlos. Por esta razón no le quedó otra opción que irse de la
Ciudad en los días de la fiesta. Dándose cuenta que suprimir la
celebración sería desacreditar a Fray Gómez Fernández y a quienes la
continuaron realizando, el Cabildo salió en defensa de esta función
litúrgica.
Llegó el año 1604 y al aproximarse otra vez la fiesta,
la confrontación se hizo más grande, pues Don Felipe Ruiz del Corral,
era Párroco de El Sagrario, Deán y Comisario de la Inquisición. Ante
ello, el Obispo aprovechó el 15 de agosto. Subió al púlpito y predicó un
sermón contra sus enemigos. Sin embargo, viendo que esta vez el Obispo
no huyó, el Deán y los opositores se propusieron hacer la fiesta más
solemne de lo acostumbrado.
Hubo luminarias la noche del 17 de
agosto y toda la Ciudad se vistió de gala. Todas las casas estaban
adornadas, de tal manera que el único lugar oscuro era el palacio
episcopal. A la mañana siguiente todo el pueblo asistió a la Catedral
para la misa. Durante la tarde, el Obispo pronunció un sermón más
amenazante que el anterior. Pero después el Deán refutó sus objeciones
por escrito, apoyándose en citas de los Padres de la Iglesia.
Finalmente
el Obispo pidió trasladar la fiesta al 22 de agosto, octava de la
Asunción y así quitar realce a la celebración. Pero la fiesta continuó
el 18, tal como se puede ver en el Misal de San Pío V para Guatemala. En
1954 el Papa Pío XII instituyó para toda la Iglesia la celebración de
la Realeza de María el 31 de mayo, la cual en 1970 fue trasladada al 22
de agosto con el nombre de Santa María Reina, quedando establecida así
hasta el día de hoy.
La memoria de la Coronación de la Virgen
quedó establecida en el día 22 de agosto sin que la octava de la
Asunción le reste importancia, pues en el actual Calendario Litúrgico
solamente existen de manera oficial las octavas de Navidad y
Resurrección. Así actualmente celebramos en fechas distintas y cercanas
dos acontecimientos diferentes que se relacionan profundamente: la
Asunción y Coronación. La Inmaculada Virgen Madre fue llevada al cielo
para ser coronada.
Investigación y redacción:
Don José Barillas, Pbro.
Fuentes consultadas:
Estrada
Monroy, Agustín. (1973) "Datos para la Historia de la Iglesia en
Guatemala". Guatemala. Tomo I. Sociedad de Geografía e historia de
Guatemala. Biblioteca Goathemala. Volumen XXVI.
García Granados,
Jorge. (1962) "El Deán Turbulento". Guatemala. Universidad de San Carlos
de Guatemala. Colección de Autores Guatemalenses "Carlos Wyld Ospina".
Volumen Número 12.
San Juan Pablo II, Papa. "Audiencia General". Vaticano, 23 de julio de 1997.
Fotografía: Don José Barillas, Pbro.