Fue la primera santa de América. Por eso el Papa la declaró Patrona de toda América. Nació en Lima, la capital de Perú, en el año 1586. fue hija de un caballero español y de una madre peruana. Desde muy pequeña todos los que la conocían la querían mucho, porque era una niña muy buena. Ayudaba en casa en todo lo que podía, jugaba con sus amigos y hacía que todos rezasen al Señor y a la Virgen un rato cada día.

Le pusieron en el bautismo el nombre de Isabel, pero como la vieron tan guapa todos la llamaron Rosa, tal como le gustaba a su madre. Más tarde ella misma quiso que la llamaran Rosa de Santa María, porque quería mucho a la Virgen.

Cuando tenía once años decidió que su vida sería toda para el Señor y decidió que todos los días se quedaría sola en el jardín de su casa para rezar. Esta costumbre la hizo más larga cuando fue una muchacha de 16 años. Entonces se hizo una cabaña en el jardín y allí puso una cruz y un cuadro de la Virgen María y se pasaba dentro varias horas al día para estar con Jesús y María.

Como la iglesia de los Padre Dominicos estaba muy cerca de su casa, iba allí para oír Misa, comulgar, confesarse y rezar a la Virgen del Rosario. Tanto fue a los Dominicos que quiso hacerse monja dominica, pero como no pudo serlo y sí que pudo vestir el hábito de dominica y continuar en su propia casa. A eso se le llamaba Terciaria Dominica.

Rosa seguía en su casa la vida de una monja. Trabajaba en lo que su madre le pedía, cosía y bordaba telas para la iglesia, daba limosna a los pobres, hacía de enfermera con los enfermos que conocía o recogía por la calle y, sobre todo, rezaba mucho por los pecadores.

Desde niña sabía que una buena manera de ser cada vez mejor hija de Dios consistía en hacer caso de los consejos de un buen confesor y eligió uno que la dirigiera bien por los caminos que Dios quiere. Escogió un Padre Dominico, que la iba aconsejando lo mejor. Este Padre, cuando ella murió, dijo que Rosa nunca había cometido un pecado grave, siempre vivió completamente unida a Dios y había cumplido exactamente los Mandamientos.

Murió siendo aún joven, cuando tenía 31 años, el 24 de agosto de 1617. Como estaba tan llena de amor a Dios, se fue a estar con Él en el cielo.

Fue canonizada por el Papa Clemente X el 12 de abril de 1681.